Hay cosas que son irreductibles, como los sueños de la gente por ejemplo. Como pensarse en colectivo, como suponer que pese al tiempo y las tormentas del mercado, aún hay cierto espacio para intentar la revuelta, para seguir intentando ese desorden necesario para parir el nuevo orden, construido entre todos, soñado desde la más perfecta y colectiva desobediencia que haga todo de nuevo, pero para la gente, para el vecino, la vecina, el marica pobre, el otro, la otra, el pastor, el militante viejo, cabreado e incapaz de dejar de soñar.
La tendencia es a ser cada vez menos, más aislados y con la misma prisa de cualquiera que necesita programarse para ser otro ladrillo en el muro. Que requiere vivir en la urgencia de la seguridad mínima, del empleo de mierda, para hacer desde la falsedad de una sonrisa aprendida en cursos de la empresa una forma de vida.
Cuando están así las cosas, al final lo que brota es obediencia y de vez en cuando proyecto, proyecto de pobres para pobres, sin pretensiones de grupito medio emergente pero proletarizado. Proyecto popular, materia prima rebelde, crítica, no como simulacro de los días, al contrario, hijos del cotidiano, del pasaje, de la pobla que un febrero anotó en la Historia que ahí desde una toma las y los pobladores decían basta y decían también presente. Si, PRESENTE.
Tantas décadas después, después de tanta dictadura, después de tanta vendida, de tanta sonrisa traicionada, la población sigue pariendo flor de esperanza y sus hijos entienden de nuevo la urgencia generosa de construir militancia. No sabe Usted con cuanto orgullo decimos acá estamos compas, bienvenidos al partido.
Saludamos a ese puñado bonito de gente que en Rancagua comienza la creación de otro comunal igualitario. Para que el pueblo mande.
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