Nos despertamos esta mañana con la triste noticia de que en las filas de los pueblos hay un luchador menos y no nos vamos a lamer la herida con la misma saliva con que la izquierda suele disfrazar la pena envuelta en frases bonitas. Es rabia la que sentimos, una rabia que viene de siglos y que últimamente nos viene recordando que las tácticas del enemigo cambian pero el resultado sigue siendo el mismo: un día al que matan se llama Juan Pablo Jiménez y se llama también Macarena Valdés, luego Santiago Maldonado. Hay otro día en que se llama Alejandro Castro y Camilo Catrillanca.
Si es al otro lado de la cordillera, si es en las calles de Río de Janeiro, en los campos de Colombia, en las calles de México o en las tierras de La Araucanía, la geografía expresa solo el hecho irreversible de la muerte como resultado del antagonismo de clase. Porque los que van muriendo son luchadores y luchadoras sociales y los que van matando lo hacen porque van temiendo la alteración social que implique una pérdida o una erosión de sus privilegios de clase.
En horas de esta madrugada, la búsqueda iniciada el sábado pasado para dar con el compañero Martín Licata había concluido porque al compañero lo encontraron colgado de una cuerda. Si, ahorcado, porque últimamente a los luchadores sociales de distintos países de América Latina les ha dado por matarse por la vía del ahorcamiento. Licata era un joven periodista y militante, colaborador de medios de información alternativos y de contrainformación como La Batalla Cultural, había sido objeto de persecución y amenazas y hace dos meses había sido abordado por varios sujetos que le propinaron una fuerte golpiza debido a sus escritos y denuncias.
A su familia y a todos sus compañeros y compañeras, desde Chile les enviamos nuestras más sentidas y profundas condolencias.
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