El Frente Amplio en la Encrucijada: donde los Movimientos Populares le Señalan el Camino.

Primero, mirar en la historia larga y a nivel mundial:
El Frente Amplio es mucho más amplio ideológicamente de lo que fue, por ejemplo, el frente de la Unidad Popular. Diversos integrantes de diversas organizaciones de las que hay en su interior han dicho que no son de izquierda y que el FA no debiese posicionarse como tal. Además, la mayor parte de sus integrantes son de clase media y una parte menor de la clase popular. En su constitución no se declaró anticapitalista sino, apenas, antineoliberal. Partiendo de esta base, no queda más que reconocer que el FA es, en su composición, amarillo, tiene bastante blanco y poco rojo. Dicho esto, y ya mirándolo en el tiempo largo de la historia de la modernidad capitalista, el FA no es un fenómeno eventual en el tiempo, históricamente pasajero, como si lo fue, por ejemplo, la candidatura de Guillier. El FA es un fenómeno de la coyuntura histórica, del tiempo medio, es decir, que refleja cambios que se conservarán y probablemente ampliarán como grietas en la política chilena. Es un fenómeno en el cual las dimensiones estructurales se asoman desde el presente cotidiano, pero superan el corto plazo. En Chile no ha habido nada semejante desde hace 45 años. Casi medio siglo ha pasado y costado que se levante, con mediana efectividad, una fuerza política que se oponga a la derecha y a la derechizada vieja izquierda que pactó con la dictadura. En este sentido, el FA ya tiene una potencia y un lugar en nuestra historia que no son despreciables, y las pocas fuerzas anticapitalistas que participan de él, como el partido Igualdad, lo supieron apreciar y están empujando, desde dentro y con las patas en el barro, para que sea algo más, todo lo más que puede y está llamado a ser desde una óptica antisistémica.

Al mismo tiempo, no podemos olvidar que este fenómeno coyuntural se enmarca en el contexto de la historia estructural, la de más larga duración, donde uno de sus rasgos más sobresalientes (al menos desde la revolución mundial de 1848) es la crisis del Estado y de la legitimidad que en él depositan las grandes mayorías, después de una historia de contradicciones y traiciones, de cooptación, invisibilización, represión y despojo.

En los pasados comicios, la abstención electoral siguió siendo altísima. Aproximadamente un 55 % del padrón electoral no asistió a las urnas, haciendo de Chile el país del continente con menor participación electoral. Sin embargo, esto es claramente un fenómeno mundial, lo que podríamos llamar una tendencia secular del sistema. Lo que a los ciudadanos de a pie les va quedando cada vez más claro, así como también a los pueblos organizados y movimientos sociales, por nuestra historia de fracasos, es que la liberación no vendrá por la mera toma del poder estatal, cualquiera sea la forma de acceder a él. Esto es así porque el patrón de poder colonial del patriarcal-capitalismo está disperso en otras dimensiones del sistema, principalmente en la económica, así como en la militar, comunicacional, social y cultural. Frente a esta realidad, en muchas partes se levantan estrategias antisistémicas que, al menos, parecen hoy más promisorias para resistir, como la construcción de poder popular constituyente vía autogestión social y productiva. Sin embargo, tal como empieza a ser señalado por señeros movimientos anticapitalistas, como los Zapatistas en México, no hay poder popular que pueda evadir el ineludible problema histórico del Estado, de su omnipresencia y su alta potencia destructiva en manos de las derechas y las viejas izquierdas. Al mismo tiempo, sabemos que quienes no votan son en su gran mayoría los más pobres y, de entre ellos, los jóvenes, que son paradójicamente los más directa y duramente afectados por quienes comandan la maquina estatal al servicio de los ricos y poderosos.

Segundo, mirar desde abajo y con los de abajo:
¿Quiénes son los de abajo? Las grandes mayorías, quienes sufren con mayor impacto la opresión, explotación y discriminación del sistema-mundo patriarcal capitalista y colonial, sean o no conscientes de su posición e intereses de clase, sean del campo, la ciudad o el mundo indígena.
El Movimiento de Pobladores y Pobladoras en Lucha (MPL) del cual soy militante, así como los otros movimientos compañeros que integran Igualdad, herramienta partidaria (y no mero partido) que es parte del Frente Amplio, sabemos, porque hemos luchado en las calles por más de 15 años, que dar el combate sólo en la calle no basta, pues más temprano que tarde llega la autoridad de turno con su habitual prepotencia y poder represivo, y de un plumazo, cierran una red de jardines infantiles que tomó años construir, o desalojan una toma en Calama y sin asco envían a los pobladores al desierto, etc., etc., etc. Este Estado, de forma permanente, arranca en enormes cantidades las riquezas de la población y de la Madre Tierra, dizque para redistribuirlo, pero redistribuyéndolo inequitativa y autoritariamente a favor de los pocos que tienen mucho. Lo sabemos en carne propia, porque hemos vivido encarando a la clase política, sufrido la política pública estatal, estudiado en los liceos públicos, comido la comida del Estado y habitado las viviendas del Estado, por tanto sabemos que no se puede luchar sólo desde el Estado, pues la casta política para conservarse en el poder sin la legitimidad que podría darle un pueblo organizado autogestionariamente a un gobierno popular, debe hacer oscuros compromisos y concesiones programáticas que dejen tranquilas a las elites nacionales y trasnacionales.

¿Quiere esto decir que una izquierda radical no tiene futuro? En verdad este es un dilema mucho más grande de lo que se suele pensar. De hecho, es parte del dilema civilizacional. Creemos que solo habrá futuros posibles mientras hayan alternativas, y alternativas existen, solo hay que buscarlas donde están: abajo a la izquierda. Por todo el mundo hay alternativas en base al trabajo autogestionario complejo que realizan los movimientos anstisistémicos, los pueblos vienen sembrando y cosechando alternativas, sean los Kurdos, los Zapatistas, los Sin Techo y los Sin Tierra brasileros, los Piqueteros argentinos, los Pobladores chilenos, etc. Se trata de un tipo de trabajo que permite producir socialmente el hábitat poniendo al centro la dinámica asamblearia de los productores libremente asociados, y que implica un programa político nacional-popular, que comparte un horizonte común, ni patriarcal, ni colonial, ni capitalista, que unos llaman socialismo autogestionario, otros utopía, otros paraíso, pero que en pequeña escala existe y se enraíza en este mundo, en estas realidades. Las tácticas para realizar esto difieren, e incluso a veces la estrategia. El MPL y nuestros compas de Igualdad y sus aliados, tenemos una táctica-estrategia particular, que señalamos diciendo que nuestra lucha ha de ser dada contra el Estado, sin el Estado y desde el Estado. Esto quiere decir, primero, que la lucha es sin cuartel hasta que despunte otro tipo de sistema mundial igualitario, libertario y comunitario, y que el Estado moderno, en tanto herramienta de las burguesías, diseñado y operado por ellas, que personalizan en cada localidad al Capital, debe ser combatido hasta desintegrarlo, paulatinamente, pero sin medias tintas. Segundo, que el corazón de la táctica y la estrategia, es nuestro mismísimo horizonte, el cual debemos prefigurar hoy en nuestras relaciones cotidianas y no esperarlo como un dorado mañana, esto es, que al centro está y ha de estar siempre, la democracia asamblearia y la producción autogestionaria, las que permiten la realización y conservación de la autonomía comunitaria y personal, así como el bienestar de las grandes mayorías. Tercero, que para poder construir poder popular constituyente del modo señalado, y para poder desintegrar el Estado moderno, requerimos, por una parte, quitarle el poder del Estado a las burguesías y, por otra, recuperar los recursos y el poder estatal para redistribuirlos equitativa y democráticamente entre las mayorías sociales. Y debemos hacer esto sin caer en la trampa de la clientelización, entendiendo que se trata de una recuperación, la que solo se logra movilizándose masivamente. Por último, requerimos recuperar progresivamente espacios decisionales en el Estado, para convertir el poder estatal en poder popular, permanentemente fiscalizado por las asambleas de base en todos los territorios y de manera transectorial (trabajadores, indígenas, campesinos, estudiantes, mujeres, etc.).

Tercero: ¿Aliarse con el mal menor o impulsar la construcción del pueblo con el pueblo?
A diferencia de lo que piensa la mayoría de los integrantes del FA, nosotras y nosotros NO pensamos que un gobierno o un parlamento vayan a hacer, por si mismos, la diferencia que buscamos, sean estos de Sánchez, de Guillier o de Allende. Esa diferencia sólo la pueden hacer los pueblos cuando alcanzan la madura fuerza de su auto organización (y en medio de alianzas internacionalistas), para lo cual, sin embargo, y mientras subsista el capitalismo, se requiere el apoyo, no el comando, de un gobierno popular. Además, no vemos este proceso de manera secuencial o por etapas programadas. En cada jugada nos vamos jugado el todo, y mientras levantamos candidaturas populares y autoridades populares, vamos produciendo autogestionariamente el hábitat social por los territorios, resistiendo y atacando al Estado y a los poderes económicos, aliándonos transectorialmente con todas las fuerzas en lucha, incluidas aquellas que sólo se definen como antineoliberales mientras la coyuntura lo permita, y también con aquellas que no quieren saber nada con el Estado. Sabemos que no podemos ser ni sectarios ni amarillos.

El FA, es un frente ideológicamente mucho más amplio de lo que es deseable para cualquier proyecto genuinamente comprometido con la lucha contra el patriarcal-capitalismo neocolonial. Sin embargo tomamos nuestra decisión de hacernos parte con la claridad de que hoy, para seguir luchando contra los enemigos de la humanidad de una forma eficaz, hay que transitar en la tensión permanente entre la unidad de acción táctica con otros que comparten al menos la lucha contra el neoliberalismo, y la inclaudicable radicalidad estratégica del horizonte anticapitalista del Buen Vivir.
No hay posibilidad de justificar los medios para alcanzar un fin cuando los medios hacen imposible alcanzar el fin, de hecho, el fin no justifica los medios, por el contrario, establece cuales son los medios posibles. Ser parte del FA, hasta aquí, ha sido un medio para seguir fortaleciendo la convergencia de las luchas anticapitalistas de los pocos que se atreven a poner al centro del proyecto político, la construcción de poder popular y la autogestión social del hábitat, mientras simultáneamente luchan en el día a día contra el Estado por los derechos sociales, y desde el Estado, recuperando recursos y espacios decisionales en el estómago del monstruo, pudiendo así resistir y atacar por todos los frentes.

Mi opinión personal como militante y como científico social, así como la de muchos compas e investigadores, es que actualmente estamos viviendo los turbulentos tiempos de una transición civilizacional desde un sistema capitalista senil y moribundo, a un nuevo sistema aún por configurar, el cual puede terminar siendo uno que conserve los peores rasgos del capitalismo (inequidad, autoritarismo y polarización) o uno que sea igualitario, democrático y solidario. Pero no hay victoria asegurada al final del túnel, y aunque es fundamental seguir luchando, no será solamente la izquierda radical y popular la que destruya por su simple voluntad al sistema. Nuestra labor es construir fuerzas en las contradicciones de un sistema que cruzó el umbral de sus posibilidades por vía de su propia dinámica ineluctablemente autodestructora. Así, presenciamos hoy el caos geopolítico de su crisis estructural. Por eso es imperioso recuperar la mirada histórica larga, para entender lo que se juega y como nos lo jugamos. En Nuestramerica y en todo el mundo, los esfuerzos cotidianos de la izquierda radical-popular, de todo tipo, afectan la configuración del posible sistema de reemplazo, en el mediano plazo. En lo táctico, el debate debiera ser sobre el corto plazo, ya que lo que hacemos a corto plazo afecta el ciclo del mediano plazo, aún si no podemos verlo todavía o su realización es demasiado parcial. Pero en lo estratégico la centralidad la lleva el mediano plazo, ya que ahí nos jugamos el enraizamiento de nuestro horizonte en el largo plazo, mientras sigue desmoronándose por doquier el sistema mundial capitalista en las décadas por venir. Mientras tanto, resistimos, construimos poder popular y contra atacamos en cada frente posible, ya que esta es una larga maratón, y no una carrera de 100 metros planos.

Es cierto que un gobierno de derecha, la mayor parte de las veces, puede ser peor que un gobierno de pseudo izquierda, pero no siempre, y además depende de donde se encuentre uno, por ejemplo, en el Wallmapu, o en una toma, o en un gueto de la pobla. Y tampoco es cierto que votar por el mal menor siempre sea la táctica más afortunada. Hay que poder mirar lo que está en juego reflexivamente, soltando las propias certidumbres. Mi opinión es que así como no lo fue en las pasadas elecciones, tampoco en las próximas elecciones municipales será una táctica afortunada, primero, tácticamente hablando, porque hoy, con los parlamentarios electos del FA, hay una bancada parlamentaria suficientemente amplia para evitar que el duopolio pueda hacer lo que se le plazca, hay una oposición que está en condiciones de fiscalizar y bloquear muchos proyectos neoliberales, lo que redundará en fortalecer la legitimidad social del FA. En segundo lugar, estratégicamente hablando, no hay forma de que el FA pueda disciplinar a sus electores para que voten por el mal menor (Nueva Mayoría) desde el discurso de unidad contra la derecha. Y más importante aún, de intentar hacerlo, el FA pone en riesgo el único verdadero tesoro que tiene: la elevada cuota de legitimidad que la sociedad civil le ha endosado al verlo como una alternativa honesta, precisamente porque pretende acabar con los pactos y las concesiones, por lo que sumarse a ellas, harían de él una nueva vieja izquierda rápidamente senilizada. Tenemos la posibilidad de darle a la Nueva Mayoría, ese terco zombi concertacionista, la estocada final, o al menos, negarnos a darle la respiración boca a boca que podría revivirla por un poco más de tiempo. Cuando se gana junto a los que defienden al capitalismo es siempre el capitalismo el que gana.

La Nueva Mayoría no tiene margen para no pactar con la derecha. Se verá nuevamente en la contradicción de “tener que” vender al mejor postor la salud y la educación pública que queremos; hipotecaría, de nuevo, la Asamblea Constituyente; permitiría que continuaran esquilmándonos con el perverso sistema de las AFP; no haría una reforma del trabajo verdaderamente liberadora, ni que decir respecto a la autonomía de los pueblos indígenas y a un largo etc., de propuestas que, como hemos visto, ni siquiera desea.

Los pueblos, en tanto fenómeno de conciencia, de entendimiento de sí mismos, se van construyendo cotidianamente en el camino del mediano plazo, siempre y cuando aprendan a confiar en sí mismos, en sus asambleas y representantes, sin líderes que coopten su soberanía, y pudiendo participar de procesos honestos que los involucren y propicien su participación. Si el FA no se atreve a apostar por el largo plazo, mas allá de la fiebre electoralista, y no se atreve a apostar por los pueblos de este territorio que es Chile, lo perderá todo, antes siquiera de haber tenido su oportunidad de hacer historia.
De ocurrir aquello, las fuerzas de izquierda radical-popular, sabrán que no hay posibilidad de seguir alimentando un pacto que no estuvo a la altura ni de su antineoliberalismo, y saldrán de él con la frente en alto, las manos limpias, y fortalecidas por un nuevo contingente de luchadores sociales que se unirán a la lucha contra, sin y desde el Estado, que en este periodo conducen los movimientos populares e Igualdad, el único partido del FA que tiene no solo un programa sino también una estructura autogestionaria, gracias a la cual los movimientos y comunidades en lucha conservan su autonomía.
El FA podría, tal vez, si las elites que están en él soltaran sus privilegios de clase, raza y género y miraran hacia abajo, hacia la sabiduría popular de liberación que aquí palpita, llegar a convertirse en una potente herramienta autogestionaria de producción social del hábitat al servicio de un Chile que está naciendo, un Chile cuyos sueños son tan grandes que no caben ni en las urnas ni en el patriarcal-capitalismo. Para eso, tendría que hacer lo que dijo que haría: ser más que un frente electoral, y enraizarse en los territorios potenciando la producción de poder popular constituyente. Ojalá así sea, sino, igualmente los movimientos populares seguirán avanzando como hasta hoy, y el tren de la historia pasará de largo, pasará de frente.

Ignacio Muñoz Cristi
Militante del MPL-Igualdad.

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