Para ser justos, el vecindario de la Rotonda Atenas que reclama por la instalación de un proyecto habitacional para pobres en una comuna tradicionalmente de acomodados, no inventó la segregación urbana. Ministros de vivienda, seremis, gobernantes, parlamentarios y la cámara chilena de la construcción, debieran tomar su ollita y ponerse a protestar, porque la discusión que abre Joaquín Lavín (Lavín!) tiene que ver con la manera de entender y construir la ciudad bajo la lógica de espacios urbanos para ricos y para pobres, en que los segundos cruzan la ciudad para servir a los primeros. Entonces las luminarias, las plazas y el estado de las calles o son para pobres o son para ricos.
La suma de bienes y servicios adquiere un carácter de clase. La ciudad, el país, que concibe todo en función de los ingresos individuales, al definir la calidad de la educación y la salud según esos ingresos, estratifica, clasifica y domestica; enseña, adiestra y determina. Pobres los vecinos y las vecinas de la rotonda, son el fruto de lo que el país ha hecho con las ciudades, pero ahora sus autores intelectuales y materiales, los perpetradores de la horrible forma de construir ciudad, no están con la olla en la mano porque saben que esos proyectos de Lavín –el loquillo- no van a llegar donde las casas cuestan 15.000 Unidades de Fomento.
En todas las ciudades del país se construyen departamentos de 60 metros cuadrados, pero la publicidad de las inmobiliarias evita dos cosas: asociar el precio a esos metros cuadrados y llamarles “viviendas sociales”. El caceroleo de los vecinos y vecinas de la Rotonda Atenas, rasca, miserable, que presume una baja en la plusvalía de sus propiedades no es más que la defensa de un modelo de construcción de ciudad en que esta puede expandirse hacia cualquier parte, salvo hacia el oriente, si está bajo las Unidades de Fomento que establece el mercado, la deidad detrás de todo.
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