Traducción: Natalia López
La comprensión convencional del marxismo como obstinadamente antirreligioso es errónea. De hecho, como argumentó el filósofo Alasdair MacIntyre, el cristianismo y el marxismo a veces han inspirado en la humanidad un sentido radical de esperanza para construir un mundo más justo.
«El sufrimiento religioso es, en uno y al mismo tiempo, la expresión de sufrimiento real y una protesta contra el sufrimiento real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, el alma (o el espíritu, der Geist) de una condición desalmada. Es el opio de los pueblos. La abolición de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es la exigencia de su felicidad real. Pedirles que renuncien a sus ilusiones sobre su condición es pedirles que renuncien a una condición que necesita ilusiones. La crítica de la religión es, pues, en embrión, la crítica de ese valle de lágrimas del que la religión es la aureola. Karl Marx, 1843
Que Karl Marx era ateo es bien sabido tanto por sus amigos como por sus enemigos. Incluso los bichos raros como yo que no se pasan el día jadeando impacientes por el próximo libro de David Harvey sobre los Grundrisse pueden recitar la famosa descripción de Marx de la religión como el «opio del pueblo». Y en la práctica, muchas figuras y movimientos marxistas, desde Vladimir Lenin hasta el socialismo francés, tenían una visión poco favorable de las tradiciones religiosas.Con frecuencia, y con razón, los marxistas veían a instituciones como la Iglesia Católica como bastiones de la reacción que, en el mejor de los casos, se habían adaptado a las concepciones modernas de igualdad y libertad.
Pero la relación histórica del marxismo con la religión es mucho más complicada. Los izquierdistas latinoamericanos introdujeron la teología de la liberación en la Iglesia católica, y el teólogo cristiano Paul Tillich instó a la humanidad a tener el valor de trabajar por el socialismo. En Estados Unidos, los principales izquierdistas negros, desde Martin Luther King Jr hasta Cornel West, se han inspirado en el legado tanto del socialismo como de la Biblia. E intelectuales de izquierda contemporáneos como Terry Eagleton y la reverenda Angela Cowser continúan esta tradición de diálogo y crítica.
MacIntyre y Marx
Alasdair MacIntyre, el eminente filósofo escocés-estadounidense, es una figura fascinante en el nexo marxismo-cristianismo. De enorme importancia en la derecha angloamericana, MacIntyre ha influido en innumerables intelectuales «posliberales» y socialmente conservadores atraídos por su crítica sombría e incluso apocalíptica de la modernidad liberal (aunque la mayoría carece de su sofisticación y de su perdurable desdén por las injusticias del capitalismo). Para MacIntyre, la sociedad moderna ha convertido lo correcto y lo incorrecto en cuestiones de gusto personal, dejando a la humanidad a la deriva, nihilista y desprovista de cualquier sentido de los fines que merece la pena perseguir en la vida. Sin un sentido teleológico de qué fines merece la pena perseguir, muchos acaban cediendo al consumismo atomista o se sienten atraídos por formas destructivas de la «voluntad de poder» nietzscheana .
Pero mucho antes de proporcionar munición intelectual a la cruzada de la revista religiosa conservadora First Things contra los peligros existenciales de la homosexualidad, MacIntyre era un original e interesante pensador marxista. Marxismo y cristianismo, escritocuandoMacIntyre tenía solo veintitrés años, es una rareza: un libro de primera categoría que merece ser un pequeño clásico, pero que ha quedado tan eclipsado por las posteriores evoluciones políticas del autor que sigue siendo lamentablemente poco leído.
La controvertida tesis de MacIntyre es que el marxismo, lejos de ser hostil al cristianismo, de hecho «humanizó ciertas creencias cristianas centrales de tal manera que presentaba un juicio cristiano secularizado sobre el presente secular, en lugar de la adaptación cristiana al mismo». En este sentido, MacIntyre se toma en serio la afirmación similar de su gran oponente Friedrich Nietzsche de que el socialismo tiene sus raíces morales en el igualitarismo y el humanismo cristianos. Pero MacIntyre va más allá al localizar ideas cristianas secularizadas directamente en la obra de Marx.
Marx comenzó su carrera como hegeliano -devoto del gran filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel- y, como subraya MacIntyre, el inspirador de Marx estaba profundamente interesado en el cristianismo. Hegel consideraba que la Biblia expresaba en forma simbólica muchos de los grandes temas de su filosofía. Por ejemplo, entender que la humanidad comió el fruto del árbol del conocimiento como un acto puramente pecaminoso no tiene sentido. En lugar de condenar a Adán y Eva con fuego y azufre, Dios observa pensativamente que el hombre se había vuelto como él al conocer el bien y el mal y, en consecuencia, ya no podía residir en la dichosa ignorancia dentro del Edén. La humanidad tenía ahora que desempeñar un papel activo en el drama del mundo.
Esto trajo consigo la posibilidad de nuestra libertad y florecimiento, pero también el riesgo de nuestra alienación y distanciamiento de la naturaleza y la necesidad. Figuras religiosas como Jesús, el Dios-hombre que reconciliaba en su persona la libertad y la necesidad, expresaban simbólicamente la posibilidad de resolver esta alienación. Pero los símbolos y las figuras religiosas podían convertirse muy pronto y de forma irreflexiva en ídolos que se adoraban por sí mismos y no como expresiones emblemáticas de una verdad más profunda.
MacIntyre explica que Marx retomó muchas de las ideas de Hegel, pero les dio un giro más materialista y radical. En la Filosofía del Derecho, Hegel había descrito el Estado monárquico prusiano como la forma social más elevada alcanzada hasta entonces, y varios «hegelianos de derecha» defendieron el papel del cristianismo en la reconciliación de las masas con el statu quo. Para Marx, esta lectura conservadora excusaba la injusticia desnuda de la Prusia autocrática: el uso masivo de la violencia contrarrevolucionaria, la censura omnipresente, la explotación y el empobrecimiento generalizados de las clases trabajadoras.
Pero Marx nunca fue tan burdo como para simplemente condenar la religión. La religión daba a los seres humanos un sentido de finalidad en medio de la privación material y la privación de derechos políticos, y persistiría hasta que las necesidades básicas de la gente estuvieran finalmente cubiertas. La alternativa era aceptar que gran parte de la humanidad viviría y moriría a base de sudor y esfuerzo, sin conocer recompensa o siquiera aprecio por ello.
Como dice Macintyre
La visión religiosa y sus transmutaciones en la filosofía alemana brotan de la sociedad: para que se cumplan y realicen en la consecución de la buena sociedad que prevén, ellas mismas tendrán que dejar paso a una filosofía más radical, una filosofía de la práctica social. Pero la sociedad está dividida: esto es, en efecto, un signo de los males que la aquejan. ¿Quién debe cambiarla? La pista para la respuesta posterior de Marx ya está dada en su descripción de los trabajadores que conoció en París en 1844: «Entre esa gente la fraternidad de los hombres no es una frase, sino que la verdad y la nobleza brillan en sus formas endurecidas por el trabajo».
Cristianismo y marxismo
MacIntyre coincide en gran medida con la crítica de Marx, afirmando que la historia del cristianismo como sostén de órdenes sociales injustos «es válida para gran parte de la religión, y en particular para gran parte de la religión del siglo XIX». Lamentablemente, también es cierto para gran parte del cristianismo actual.
Muchas instituciones y personalidades religiosas parecen contentarse con llevar agua para los ricos y poderosos en lugar de para los mansos y pobres que se supone que heredarán la tierra. Incluso los cristianos conservadores que critican el statu quo, como el editor de First Things , R. R. Reno, tienen poco que decir sobre la explotación económica y la degradación medioambiental que asolan nuestro mundo. Reno, sin embargo, sí cree que existe una «guerra de clases, una guerra contra los débiles… personificada por la campaña a favor del matrimonio homosexual», que debe combatirse con uñas y dientes. Porque el mayor problema al que se enfrentan los «pobres» no es ser pobres, sino la perspectiva de que dos hombres se casen.
Pero MacIntyre también subraya que la religión nunca desempeñó simplemente un papel reaccionario o reconciliador. Al plantear un ideal trascendente de justicia y bondad con el que se comparaba continuamente el mundo material, la religión desempeñó «al menos en parte un papel progresista en el sentido de que [dio] a la gente corriente alguna idea de lo que sería un orden mejor».
Reprende a los apologistas conservadores, que se apresuran a sacar citas de San Agustín para inculcar a los explotados las inevitables imperfecciones del mundo. Estos conservadores dedican un tiempo desmesurado a intentar «liberar al cristianismo de su herencia del gnosticismo» y de un compromiso con la justicia en el aquí y ahora «pero se preocupan mucho menos por lo que el cristianismo heredó de Poncio Pilato y Caifás». No recuerdan que el fundador del cristianismo ordenó a los ricos que dieran todo lo que tenían a los pobres; pasó sus días con pecadores, prostitutas y ladrones; y ordenó que, como se hacía la voluntad de Dios en el cielo, así se hiciera también en la tierra. Atacó implacablemente las formas idolátricas que asumía la religión, especialmente cuando estaba ligada a la defensa del poder.
En todos estos aspectos, MacIntyre sostiene que el marxismo estuvo animado por un espíritu cristiano crítico, aportando una «esperanza» para el futuro en forma secularizada. Esta esperanza radical es precisamente lo que niega el «realismo capitalista» , que insiste en que el actual orden económico y político debe continuar para siempre. Pero también puede reavivarse siempre que, en palabras del Evangelio de Mateo, «los desdichados de la tierra aprendan que Dios está de su parte».
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