Fidel pudo morir en el asalto al Cuartel Moncada, pudo morir en la cárcel. Fidel Castro pudo morir también en la selva. De cualquier manera que pudo morir en la larga historia de liberación de los pueblos, Fidel habría tenido un espacio de privilegio, el mismo de tantos otros que en distintos países y de distintas maneras murieron por esos pueblos.
Pero Fidel no murió y tuvo que cargar 57 años con el peso de las ideas, con ese complejo camino de construir gobierno, de liderar un proceso de construcción de socialismo casi en las puertas de EEUU. Morir en combate siempre tendrá un sello de romanticismo, de idealismo, pero enfrentar la realidad después de la victoria militar supone el ejercicio más complejo, el más largo, el más duro y desde todo punto de vista, el más ingrato.
Con todo, a ese gigante nunca le quitó el sueño ese conjunto inmundo de campañas para matarlo o las conspiraciones de todo tipo, a Fidel como arquitecto de la historia cubana, le quitaba el sueño la escuela, la leche de los niños, la pensión de los viejos, la educación, la cultura, el desarrollo de una tecnología médica inédita pese al bloqueo. Y la solidaridad. Es que no ha habido ningún rincón del planeta donde un pueblo pobre, azotado por las guerras, las pestes o el hambre, no haya sabido de la presencia generosa de un médico cubano.
Es que la solidaridad es el cariño de los pueblos y el Comandante Fidel Castro Ruz siempre lo supo.
Aquí termina el siglo XX. Recién.
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