La verdad es que Chile no tenía que ser campeón de nada para que la gente decidiera no levantarse e ir a votar. Habíamos logrado algunos títulos importantes como ser uno de los países con la brecha más ancha y profunda entre quienes ganan más y quienes ganan menos. Nunca salimos a Plaza Italia a festejar que el 0,1% de la población se meta al bolsillo el 28% de toda la riqueza que produce el país.
No fue culpa de una final de fútbol que los que prometían la alegría en los 90 nos privatizaron el agua, ni que miles de millones de dólares hayan salido de Chile por la explotación del cobre que nosotros no estamos haciendo. No fue un penal de última hora la que ocupó la Araucanía para transformarla en un cementerio de pinos y eucaliptus, nadie declaró en posición de adelanto a los que se coludieron con el papel higiénico, el pollo y las farmacias. Para esos no hubo amenaza de expulsión de ninguna parte, fue un gobierno de la Concertación la que eliminó las penas de cárcel para las colusiones mientras un cabro moría en el incendio de la Cárcel de San Miguel, preso por vender CDs piratas en la feria.
El domingo la gente se levantará temprano, irán a la feria o al supermercado, van a comprar verduritas, carne, sus longanizas, van a prender el carbón temprano, los medios en cadena pendientes de Rusia. Pero aún así las escuelas vacías donde había que votar en las primarias no será culpa del fútbol. Este partido lo perdimos mucho antes, porque nos rayaron la cancha de tal manera que el reflejo de las vitrinas con sus tarjetas de crédito terminó definiendo cómo era la vida que queríamos.
¿Suena muy triste?, un poco lo es, pero la verdad ya no tanto. Con los que lleguen el domingo partimos.
El 02 de julio hay dos finales, solo una es un comienzo (que esperamos largo tiempo).
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